
Podcast Respira: Episodio 14. Hablamos con Álvaro

Adquirir una droga se nos presenta en el imaginario como un ritual oscuro y clandestino: tal vez acudir a un callejón a comprársela a un desconocido de aspecto deteriorado o entrar en una vivienda inhóspita. De la misma forma, nos imaginamos los lugares en los que se consume como espacios donde no llega el control, como discotecas, viviendas, calles poco transitadas… Por lo que si la droga lleva aparejada un diagnóstico y prescripción médica, se adquiere en farmacias y se consume con una pauta, no la identificamos como potencialmente peligrosa (a veces, ni si quiera como droga), además, si se consume en entornos controlados por profesionales como centros o prisiones, entendemos que no hay un riesgo asociado. Esto ha llevado a la irrupción de los hipnosedantes como sustancias de abuso. Medicamentos que, a pesar de ser útiles para el tratamiento de la ansiedad, depresión u otras patologías, generan una fuerte dependencia.
La vida posmoderna es ansiógena, nos conduce a una insatisfacción crónica mientras nos exige más productividad, más capacidades y más estatus, por lo que estos medicamentos han aumentado su número de prescripciones en los últimos años. Pero hay un entorno todavía más convulso y patologizante como son las prisiones, espacios diseñados por y para la privación de libertad, que necesitan de estos medicamentos para amortiguar los efectos que su propio objetivo genera. En el capítulo de hoy hablamos con Álvaro, que ha estado 7 años interno en distintas cárceles españolas y que nos contará como es el consumo de hipnosedantes en estos espacios y cuáles son sus consecuencias.
¡Nos vemos en el podcast!