Los peligros del discurso único

Publicado el 4 de enero de 2024 en OpiniónReducción de riesgos y daños

Por Marta Escolano Vega

El título de este post no es improvisado. He querido rescatarlo del aserto de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie llamado «El peligro de la historia única». En esta reflexión, Chimamanda cuenta cómo el relato hegemónico sobre África genera estereotipos que definen la realidad de forma incompleta y, por tanto, invisibilizan todo aquello que no entre en ese discurso único.

Durante estas semanas ha habido varias noticias relacionadas con drogas que me recordaban a la reflexión que hacía Chimamanda sobre los discursos únicos de su continente, pero trasladado al tema que nos ocupa. Iremos por orden.

En primer lugar, ha habido una fuerte polémica, con su correspondiente repercusión en medios, sobre un material de reducción de riesgos que sacó la Federación Casals Joves de Cataluña. Este material consistía en una tarjeta destinada a parafernalia para consumo esnifado, en esta tarjeta aparecían instrucciones dirigidas a reducir riesgos asociados a esta vía como: picar bien la sustancia, no compartir material de esnifado… Por lo que muchas personas se han llevado las manos a la cabeza, bajo acusaciones de incitación al consumo, invalidando los beneficios de ese material.

Pocos discursos están tan extendidos como el famoso «NO a las drogas». Sin embargo, la reflexión que me surgía escuchando las posiciones que se suscribían a esta máxima era: ¿Qué alternativa proponen?. Lo cierto es que el material que suscitó la polémica estaba diseñado para personas consumidoras de sustancias y controlado por educadores que trabajaban con esas personas. ¿Qué propone el discurso único para esos grupos? Abstinencia, una propuesta hecha en vertical. Sin embargo, esa preocupación paternalista se agota si el grupo no es abstinencia lo que busca y empiezan los rechazos y las discriminaciones.

Porque como pasa con el discurso occidental sobre África que nos describía Chimamanda, nos llevamos las manos a la cabeza cuando aparece una realidad diferente a la que hemos escuchado siempre. No entendemos, incluso rechazamos, que haya otras formas de regular las relaciones con las drogas a parte de la prohibición. Tan instalada está esta historia única, que discriminamos incluso, habiendo tenido relaciones con las drogas.

Sería fácil acusarnos de cierto cinismo, pero creo que es algo más involuntario que eso. Los discursos que rechazan las drogas y a las personas que las consumen están tan automatizados que nos impiden darnos cuenta de la amplia evidencia que hay de que se puede convivir con ellas sin que esto implique acabar en un centro de desintoxicación o atracando una farmacia.

Y aunque no sea un cinismo deliberado, desde luego acaba siendo perverso, como se pudo ver en la siguiente noticia: «Muere un joven de 26 años al tirarse desde un balcón tras consumir setas alucinógenas». Y es que la primera noticia evidenciaba el discurso único, pero esta segunda evidencia los peligros de estos discursos únicos.

Que la prohibición sea la única vía conlleva que materiales que pautan formas de reducir riesgos sean públicamente criticados, por lo que elaborarlos es un acto de valentía. Si fuéramos más tolerantes, podría haber mucha más información disponible o, lo que es más importante, las personas sentirían menos vergüenza al acercarse a los servicios profesionales a pedirla. Así, por ejemplo, la persona que falleció podría haber conocido en qué contextos es peligroso consumir setas (en entornos de fiesta, con muchos estímulos y mucha gente), con qué sustancias no deben mezclarse (alcohol), qué hacer en caso de un mal viaje (que haya alguien que lo acompañe, complicado si la gente está borracha y pendiente de la fiesta) y cuánta es la cantidad idónea para preservar la seguridad.

Este relato único, con el cual llevamos 50 años, no ha reducido el consumo de drogas, más bien ha llevado a la clandestinidad a aquellas personas que las consumen y ha silenciado toda la información objetiva que no estuviese cargada de moralidad. De la misma manera que hay un número considerable de personas que hablan de África (o directamente la piensan) como si fuera un país, hay otras muchas que piensan las drogas como si fueran heroína y las relaciones con ellas solo desde la irresponsabilidad.