
Anestesiarse para (sobre)vivir en la calle

Opinión: Maider Moreno García
Rodrigo nació en Quito (Ecuador) hace 54 años, lleva más de 20 en España. Vino porque desde niño le tocó criar a sus tres hermanos pequeños. Una vez estos crecieron y terminaron sus carreras universitarias, él dice que por fin se sintió libre y con ganas de iniciar su vida, de ahí nació su proyecto migratorio.
Años antes, al cumplir 10 su padre le exigió comenzar a trabajar: “Hijo, recuerda este día. Hoy es el último día que yo te doy de comer, a partir de mañana te toca a ti buscarte el pan”. Y así fue, desde ese día tuvo que hacerse cargo de sí mismo y aportar a una familia de cuatro hijos, en la que recuerda a una madre agotada por el trabajo y un padre violento con graves problemas de alcoholismo.
Su primer empleo lo obtuvo desenraizando eucaliptos. Después, rápidamente, y “como había aprendido a cavar hoyos” fue empleado en un cementerio. De ahí a su primera obra y al oficio al que se ha dedicado hasta hoy: la soldadura.
Siguiendo su relato biográfico y situándonos de nuevo en España, en el 2001, Rodrigo con su gran experiencia de albañilería encontró rápidamente trabajo en el contexto del boom inmobiliario. La pandemia, casi 20 años después, le dejó sin trabajo y le arrojó a la calle. En ese momento y desde la primera noche que pasó en la calle recuerda empezar a beber:
“Yo no había bebido nunca y menos con lo que era mi padre. Yo no tenía vicios, pero me culpé mucho por no haber cuidado el dinero. Es verdad que en Ecuador había trabajado desde niño y cuidado a mis hermanos y que llegado a España estaba por fin viviendo la vida que siempre había querido (…). El primer día que pasé en la calle, no sabía qué hacer, dónde ir… Fui a comprarme mi primer litro de cerveza y nunca más paré de beber hasta que salí de la calle tres años después (…). Bebía cada día para anestesiarme del dolor, de la soledad y del miedo (…). Un día vinieron dos chicas a buscarnos ahí a Opañel. Me acuerdo perfectamente, eran del Proyecto Hogar. Una de ellas pasó meses para convencerme para ir a un recurso a ducharme y comer. Yo no iba porque para mí, mi vida ya era eso, pensé que iba a morir en la calle”.
Hoy en día, Rodrigo vive en un recurso de Housing Led, es abstinente desde hace más de un año y tiene planes de trabajo y de una vivienda no institucionalizada en un medio-corto plazo. En su relato incide en que a la gente que está en situación de calle hay que escucharla y entenderla, dejar de mirarla con desprecio, asco o lástima. Su consumo, como el de muchas personas en la calle, respondía a una necesidad de subsistencia. Como lo plantea él mismo, cualquier acompañamiento a personas con drogodependencias en situación de calle que no parta de la seguridad de tener un hogar está abocado al fracaso. Primero vivienda, luego todo lo demás.